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El Viaje de Hegira
“Si no le secundáis (al Profeta), sabed que Dios le secundará como cuando los incrédulos (mequinenses) le desterraron (de su patria natal Maca) y era uno de los dos (él y Abu Bakr) y cuando ambos estaban en el algar, dijo a su compañero: “¿No te aflijas, porque Dios está con nosotros!” Dios infundió en él su sosiego, le confortó con tropas (celestes) que no pudisteis ver, anuló la palabra de los incrédulos y exaltó la palabra de Dios: porque Dios es poderoso, Prudente.” Capítulo IX, versículo 40.
Nota: Las palabras entre paréntesis no se registran en el texto coránico; solamente son explicativas.
Antecedentes Históricos de la Hégira
Hemos tratado con más detalles anteriormente los temas fundamentales que procedieron el viaje nocturno del Profeta (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él), que ocurrió poco antes de la Hégira. En este boletín intentaremos exponer los otros sucesos como preámbulo a nuestro tema del momento.
El Profeta, aprovechando la época de la peregrinación anual, comenzó a presentarse a los peregrinos invitándoles a escuchar la palabra de Dios único y diciéndoles que este les recompensaría dándoles el Paraíso. Sin embargo, no encontró eco a su llamado sino hasta el decimoprimero año de su mandato como mensajero de Dios.
Mientras el Profeta (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él) estaba en un lugar llamado “Al-‘Aqabah”, se encontró con el grupo de Al-Jazray de Medina, Dios quiso el bien para ellos.
El Profeta les preguntó: “¿Quiénes son ustedes?”.
Ellos respondieron: “Del Jazray”.
Profeta: ¿Viven junto con los judíos?
Ellos: Sí.
Profeta: ¿Pueden sentarse para conversarles?
Ellos: Sí.
Se sentaron, y el Profeta por su parte les habló del Islam y les recitó trozos del Corán. Ellos aceptaron cordialmente la nueva religión y una de las razones esenciales para esta buena respuesta es que ellos vivían con los judíos, que son gentes del libro, y cuando se daba alguna discusión o pelea entre ambos, los judíos les decían que Dios enviaría un Profeta en estos tiempos, “lo vamos a seguir y Junto a él les mataremos como a los hadéis. Por esto, cuando escucharon al Profeta, dijeron entre sí: “Sepan que éste es el Profeta con el que los judíos siempre nos amenazaban. Que no nos proceda nadie.”
Al año siguiente volvieron, acordando el llamado “Primer Pacto de Al’Aqabah”. Entonces, el Profeta envío con ellos a Musab Ibn Umair, para que les enseñase el Corán y la religión del Islam.
Tras la estadía de Musab en Medina, el Islam se expandió en dicha ciudad. Al año siguiente, Musab fue a realizar su peregrinación a Meca con más gente aún que quería declarar su fe, presagiándose así que Medina sería la nueva tierra del Islam.
El Profeta permite a sus compañeros emigrar a Medina
Los incrédulos de Meca aumentaron sus molestias y torturas a los musulmanes. Estos últimos se quejaron ante el Profeta, pidiéndole permiso para emigrar. El Profeta (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él) les dijo: “Me ha sido revelada la dirección de vuestra emigración. Quien desee salir de Meca, que lo haga a Yazrib (posteriormente llamada Medina).” La gente comenzó a salir ocultamente. Los primeros que lo hicieron fueron Abu Salamah, Ibn Abd Al Asad, y luego Amir Ibn Rabiah junto a su mujer. Los habitantes de Medina, llamados ANSAR (los defensores, protectores, ayudantes, y todo lo que la palabra implica), recibieron a los inmigrantes (Al-Muhayirin) ofreciéndoles toda la ayuda posible. El Corán alaba la generosidad de los Ansar diciendo: “…aprecian a quienes se refugian en sus casas y no alimentan envidia alguna en sus corazones, más bien los prefieren a sí mismos, aunque les agobie la pobreza. Y a quienes Dios preserva de la avaricia, éstos serán bienaventurados.” (Capítulo LIX, versículo 9).
Omar Ibn Al-Jattab fue el único que emigró públicamente ya que, según relata Ali Ibn Abu Talib, cuando Omar decidió emigrar, tomó su espada, puso su arco en los hombros, llevando en sus manos las flechas, se dirigió a la Kaaba mientras los Quraichíes estaban en su patio, giró alrededor de la Kaaba siete veces, muy tranquilo, luego rezó y se puso de pie diciendo: “Que se deformen sus caras, que Dios los humille. Quien desea que su madre lo pierda o que su hijo nazca huérfano, o que su esposa enviude, que venga a encontrarse conmigo tras este valle.” Nadie se atrevió a enfrentarlo.
Así, los musulmanes siguieron su emigración hacia Medina, y sólo se quedaron en Meca el Profeta, Ali, Abu Bakr; y algún enfermo o débil que no pudo emigrar.
La emigración del Profeta
Los que narran la historia del Profeta (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él) cuentan que Abu Bakr (que Dios esté complacido con él), al ver emigrar a los musulmanes, fue donde el Profeta a pedirle permiso para así poder salir de Meca. El Profeta le dijo: “No te apures, ya que estoy esperando una orden divina”. Abu Bakr dijo: “Oh Profeta de Dios, te salvo la vida a cambio de la vida de mi padre y mi madre, ¿quieres esto?, Abu Bakr comprendió que el Profeta (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él) quería que lo acompañara. Entonces, el Profeta dijo: “Sí”. Desde ese momento, Abu Bakr comenzó a preparar dos camellos durante cuatro meses para montarlos en el viaje.
En tanto, era de suponerse que los incrédulos de Meca no iban a dejar que el Profeta saliera fácilmente. Al ver que Muhammad tenía quien lo defendiera y aumentaban sus seguidores, los Quraichíes se reunieron en Dar-An-Nadua (la casa de Qusaí Ibn Kilab, donde los Quraichíes acostumbraban reunirse para decidir sus asuntos) para ver que podían hacer sobre el tema “Muhammad”. Finalmente decidieron que se juntaría de cada tribu un joven fuerte, con una espada bien afilada, y que todos esos jóvenes, al mismo tiempo, matarían a Muhammad. De esta manera, los Banu Abd-Manaf no sabrían con quien vengarse. Fijaron el día para el asesinato.
Una salvación divina
El Arcángel Gabriel dio la orden divina a nuestro mensajero para emigrar, y también le advirtió que no durmiese en su lecho aquella noche citada por los incrédulos.
El viaje a Medina
Aishah narra que mientras estaban en la casa de Abu Bakr, en la hora del calor del mediodía, uno dijo al dueño de la casa: “Mira, viene el Profeta hacia acá, en una hora no acostumbrada”. Abu Bakr respondió: “Lo salvo a cambio de mi padre y mi madre. Por Dios, lo que lo trajo a esta hora es un asunto importante”. El Profeta pidió permiso y entró, diciendo a Abu Bakr: “Sal de ahí para que conversemos”. Abu Bakr respondió: “Es tu familia, Profeta. Entra.” El Profeta entró, y Muhammad le dijo: “Se me ha ordenado emigrar”.
Abu Bakr: ¿La compañía, pues, Profeta de Dios?.
Profeta: Sí.
Abu Bakr: “Toma, Profeta de Dios, una de mis Camellas.”
Profeta: Te pago su precio.
El Profeta (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él) pidió a Alí (que Dios este complacido con él) que durmiera en su lugar para, así, engañar a los quraichíes. Alí aceptó pues el Profeta le anunció que no sufriría daño alguno. Los jóvenes se juntaron muy armados a la puerta de la casa del Profeta para matarlo todos juntos y de una vez, pero Dios los hizo dormir y el Profeta salió caminando entre ellos sin que se dieran cuenta. El Corán nos dice al respecto: “…y les pusimos una barrera delante y otra atrás, y les ofuscamos los ojos para que no pudieran ver.” (Capítulo XXXVI, versículo 9).
El Profeta (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él) salió con Abu Bakr hacia “Gar Zawr”. Los incrédulos, en su búsqueda, llegaron a este lugar. Abu Bakr dijo al Profeta: “Si alguno de ellos mira bajo sus pies nos verá”. Pero el Profeta respondió: “¿Que dices de dos personas si el tercero es Dios?”, Dios puso a la puerta de Al-Gar una paloma empollando sus huevos, y cubrió la entrada con una telaraña. Por esto, los mequinenses se fueron pues al ver eso pensaron que no había nadie dentro de Al-Gar. Después, sin darse por vencidos, ofrecieron una recompensa de cien camellos para quien trajera a Muhammad y a Abu Bakr vivos o muertos. Suraqah Ibn Malik, entre otros, quiso ganar esa fortuna, pero cada vez que se acercaba al Profeta, las patas de su caballo se hundían en la arena. El Profeta lo salvo más de una vez, y por ello Suragah volvió a Meca defendiendo a Muhammad. El Profeta llegó sano y salvo, entonces, a Medina para empezar el primer año de la vida del Islam.